¿A qué nos referimos cuando hablamos de “tucumanidad”? Pareciera que la reivindicación de la figura de Bernabé Aráoz, caudillo y gobernador tucumano (1774-1824) tiene, como objetivo final, convertirlo en el padre de esa idea. Sin embargo, este concepto propio de la identidad provincial tiene un origen que está completamente alejado de ese personaje histórico. Hoy, cuando Tucumán declina en su papel de “primus inter pares” entre las provincias del NOA, tanto en el aspecto económico como en el cultural, la batalla simbólica para preservar ese lugar se traslada al panteón de los héroes nacionales. La consagración de Martín Miguel de Güemes como héroe nacional, con su feriado propio, parece haber encendido las envidias vecinales y despertado una nueva-vieja rivalidad entre tucumanos y salteños, alimentada por lecturas historiográficas del añejo revisionismo nacionalista, que no compatibiliza muy bien con el renacer liberal de estos tiempos. Pero más interesante, es cómo la figura de Bernabé Aráoz -indiscutible en su entrega y acción en los momentos claves de la Batalla de 1812, reconocida por el propio Juan Bautista Alberdi en sus memorias- es propuesta como la síntesis de un concepto cultural preexistente, cuyo vínculo estuvo más cercano a la pluma que a la espada en la historia intelectual de la provincia. Aquí, las investigadoras tucumanas Soledad Martínez Zuccardi y Fabiola Orquera brindan las coordenadas para mostrarnos que la “tucumanidad” o la “identidad tucumana” está relacionada con la creación cultural, referida a la producción intelectual unida a los valores liberales, como el resultado de la modernidad introducida por la industria azucarera.
La obra precursora de la idea de “tucumanidad” es el libro de Manuel Lizondo Borda, Tucumán a través de su historia. El Tucumán de los poetas, editado en 1916, la “obra magna” de la “Generación del Centenario” para celebrar los cien años de la Declaración de la Independencia. Recopila la producción poética tucumana, y dentro de ellas un poema de Pedro Berreta que presenta un panteón propio de héroes locales: Gregorio Aráoz de Lamadrid (´hijo de Palas y el Dios Tonante’), Alberdi (“el genio, el mártir y el vidente”) y el propio Manuel Belgrano (“brillará entre las glorias verdaderas/en el Campo de las Carreras”). Esteban Echeverría había dedicado un poema a Marco Avellaneda, el “Mártir de Metán”, en el cual mencionaba como los augustos antecesores del héroe a Belgrano y a Bernardo de Monteagudo (“del provenir, apóstol elocuente”). Para el centenario de la independencia, Tucumán era una provincia “belgraniana” por excelencia, un rasgo que fue tomado por Jujuy en los tiempos actuales, y el énfasis de los homenajes estaba en los “héroes del pensamiento y la acción” (Alberdi y Monteagudo) y en los “héroes de la libertad” (Belgrano y Aráoz de Lamadrid). La construcción de ese campo cultural como obra de la intelectualidad tucumana, deliberadamente ignoró a Bernabé Aráoz, sin que Bartolomé Mitre tuviese responsabilidad alguna. La figura del caudillo, propio de la etapa rosista, era un elemento denostado por el pensamiento liberal, por lo que la relación entre el Bernabé Aráoz con las luchas civiles posteriores a 1820, no eran el modelo que la élite tucumana, pujante y orgullosa de su progreso, adoptase para su Olimpo provincial. Lizondo Borda, Juan B. Terán y Ernesto Padilla bordaron este concepto de “tucumanidad”, sin nombrar a un “padre” específico como símbolo unificador. Mientras Terán abogaba por un Tucumán como síntesis del mundo atlántico y andino, Padilla dirigía sus miradas hacia el folklore con raíces pre-hispánicas y coloniales, expandiendo la noción del Tucumán hacia todo el norte geográfico del país. El orgullo de la modernidad y del progreso visible de la provincia determinaba que la “tucumanidad” fuese perceptible en un paisaje, en sus poetas, en su gente industriosa, culta y progresista. Todo elemento guerrero y caudillista era antagónico a los rasgos de un Tucumán moderno, que se posicionaba -sin renunciar a las novedades de la europeidad- frente a una Pampa húmeda cosmopolita.
Estos antecedentes no compatibilizan con la propuesta que el historiador José Posse propugna para la figura de Bernabé Aráoz, como “el Padre de la Tucumanidad”. Su definición como un héroe “anti-imperialista”, “héroe federal” y espíritu inspirador de las ideas constitucionales alberdianas, lo acercan a las lecturas de un revisionismo en clave nacionalista, opuesto a la visión que la “Generación del Centenario” supo plasmar para identificar a la provincia. En estos tiempos en los cuáles el liberalismo parece retornar con vigor, nos resulta extraño que volvamos nuestras miradas hacia el modelo de los héroes de la espada, antes que los obreros de la palabra y arado, como símbolos de la civilidad y progreso de una provincia cuyo brillante pasado puede convertirse en un lejano espejismo.
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Ariel Hernando Campero – Diplomático, magíster En Ciencias Políticas.